viernes, 20 de agosto de 2010

Filias emparentadas


Esta noche he observado por primera vez la luna desde un telescopio barato que he adquirido recientemente, y la sensación ha sido de vértigo mareante. He comprendido en toda su hondura el significado del término filosofía y no he podido dejar de pensar en el bueno de Galileo tratando de convencer a los escépticos ignorantes de su época para que miraran a través de ese invento holandés que él perfeccionó y comprobaran por sí mismos las irregularidades del cosmos supralunar, las fases de Venus, los satélites de Júpiter y el paralaje de los planetas sobre la esfera celeste.

Es esa filia por la sophia la que hace que algunos hombres no podamos permanecer impasibles ante el sublime espectáculo que en ocasiones nos brinda la naturaleza.

Desmontando ya el juguetito, el visor ha ido azarosamente a enfocar la ventana de una casa que queda delante de la mía, justo en el momento en que una atractiva chica semidesnuda tendía la colada. Ella ha desaparecido enseguida del cuadro, pero la curiosidad me ha hecho utilizar al máximo el aumento de la lente para visualizar con detenimiento los detalles de la ropa interior colgada de ese tendedero.

Entiendo que las sophias alcanzadas en ambas contemplaciones (la cósmica primero y la vouayerística después) han de ser radicalmente distintas, aunque sienta que, al menos en lo que a mí respecta y sin sentirme especialmente satisfecho de ello, las filias motrices estén inequívocamente emparentadas.

jueves, 12 de agosto de 2010

Ternasco al horno


Estos días en la comarca del Matarraña suelo salir cada mañana con la bicicleta a perderme por los caminos, y si coincido con algún pastor de la zona me siento con él a charlar un rato a la sombra de una higuera o de una carrasca. Son todos grandísimos conversadores, de una sabiduría profundamente humana de la que ya va quedando muy poca. Hay uno en especial con el que he hecho muy buenas migas, un tipo apacible y campechano de más de setenta años que entiende mucho de todo menos de jubilaciones.

La última vez que lo vi acababa de parir una de las ovejas. El rebaño se movía pastando libremente por el campo pero la madre se mantenía separada de él, ajena a todo, sólo pendiente de su corderito recién nacido. Tenía apenas media hora de vida y ya se levantaba sobre sus cuatro patas buscando las ubres maternas. A ambos les colgaba aún el cordón que hasta hace tan sólo unos minutos los había mantenido unidos.

Se acercaba el momento de volver a la granja con el rebaño y me ofrecí a cargar el corderito al hombro dentro de un saco para aliviar en algo el trabajo de mi amigo. El animalito balaba dulcemente en mi espalda mientras la madre lo hacía más gravemente a cierta distancia. Pronto volvió a incorporarse al rebaño y sus balidos se confundieron con los del resto de animales.

Una vez en el corral, con todas las ovejas dentro, dejé suavemente el saco en el suelo y mi amigo cogió al animalito por el pescuezo muy certeramente. Con él en volandas se metió en medio de las ovejas que dejaron un espacio vacío a su alrededor. Dejó caer el corderito en el suelo con indiferencia y volvió hacia mí para continuar la charla mientras se dedicaba despreocupadamente al resto de tareas. Yo escuchaba sin perder de vista lo que sucedía con el corderito. Todas las ovejas seguían a lo suyo pero enseguida apareció la madre para invadir ese círculo vacío que las demás seguían respetando entorno a su hijito.

Cuando madre e hijo se han reencontrado, hay que tomar de nuevo al corderito y llevarlo hacia unos cubículos donde se separa del resto a los recién nacidos y sus madres. Me adelanté al pastor y yo mismo tomé al animalito en brazos sujetándolo como si fuera un bebé para que la madre nos siguiera. Mi amigo se rió al verme tratar al animal con tanta delicadeza, y me hizo saber que en mes y medio alguien, quizás yo mismo, se lo cruspiría sin miramientos en alguno de los restaurantes de la zona que lo preparan al horno tan sabrosamente.

Volví pedaleando a casa con la sensación de que los acontecimientos de la mañana habían causado impresiones muy diferentes en mi amigo pastor y en mí, y también, por qué no decirlo, con un cierto cargo de conciencia por ser un carnívoro voraz y gozoso.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Recordar o imaginar


Me he dado cuenta de que con cuarenta años soy capaz de hacer muchas más cosas de las que hacía con veinte. No entraré a relataros mis hazañas físicas y mentales porque entonces pensaríais definitivamente que estoy en plena crisis de cuarentón, pero sí os pondré un ejemplo muy claro: puedo recordar lo que hacía con treinta.

Aunque cabe hacer una puntualización que presumo no habrá escapado a vuestra perpsicacia: con veinte años lo podías imaginar, y ahora ya no.

Que cada uno haga balance y decida si prefiere recordar o imaginar.