La arquitectura es un arte totalmente degenerado. Cualquier inepto sin vocación puede matricularse en una escuela técnica superior y después de algunos años en los que se pondrá a prueba no su talento, sino su tesón, obtener el título que le legitima para llamarse a sí mismo y a boca llena "ARQUITECTO" y pulular por el ambiente profesional como un experto respetable.
Si tiene suerte, con el tiempo acabará dándose cuenta del engaño y hará lo posible por formarse convenientemente, o incluso tal vez, por reorientar sus inclinaciones si ha enfermado de hastío. Pero en cualquier caso, llegado el momento, deberá afrontar la necesidad de sacarse de encima toda la mugre que un sistema educativo, académico y profesional nefasto le ha ido colgando encima a modo de lastre: ocho años de enseñanza general básica, tres años de bachillerato unificado polivalente, un año de orientación universitaria y unos cuantos más de desorientación, primero universitaria, por supuesto, y después en el medio laboral.
Porque esa pesada carga que se nos dio para ser armadura, no tardó en oxidar y hoy se ha convertido en una costra roñosa que entorpece y limita. Convendría desprenderse de ella cuanto antes y, limpios otra vez, experimentar que la piel transpira de nuevo y nuestros sentidos recuperan su sensibilidad primigenia y llegan por fin hasta nuestros oídos las enseñanzas de los viejos maestros, aquellos artesanos... o calesquiera otros.